jueves, 11 de febrero de 2010

Haiku 2

Mi abuela
la están enterrando.
Se quema el puchero.
09/2008

Me florezco

Echo en un frasco la tensión en los ojos, la rigidez de mi cuello.
Me hago rosal. Recuerdo a mi abuelo que corta rosas de su jardín en el pueblo para los nietos de la capital. Veo sus gafas.
Me siento rosal, coqueta. Me admiran intermitentemente, cuando florezco.
09/2008

sábado, 6 de febrero de 2010

miércoles, 3 de febrero de 2010

Invierno en Madrid

Madrid blanca, salada y pálida como si hubiera mar y una orilla con espuma de olas. Madrid blanca, pavimento con sal triturada por neumáticos que pasan una vez y otra. Asfalto blanquecino como el cielo anublado, sal en los labios, en la lengua, en la mirada. (Domingo: máxima 2º mínima -5º)
10/01/2010

Acerca de "Los adioses" (Juan Carlos Onetti)

El puente sobre las piedras del río seco, el depósito de basuras del hotel. - pierniabierto - buscándose los ojos - vertiginosa constancia - creyendo - montones de palabras. - como si el informe mejorara algo. - del derecho a un orgullo. - las voces bajaban bruscamente hasta un tono de adioses, - construía un terceto de palabras. - mucho menos rápidos que la noche, - las espaldas más tristes y disminuidas, - "Me voy a morir", explicó. - esperanzas razonables, - meses de vida. - intento de modificación del recuerdo llamativo, desagradable, - la soledad en el desencanto, el deslumbramiento bajo las luces, - hasta hacerlo capaz de cubrir todo otro remordimiento. - separados para siempre, ya de acuerdo. - el depósito de basura. - lo que estaba dejando a la otra no era el cadáver del hombre - insultantemente libres del mundo. - Me miraba sin que le importara verme, - oloroso, anacrónico; - huesos velludos - nada más que pómulos, - metiendo a empujones en el viento el sobretodo flotante que alguna vez le había ajustado en el pecho; - el viboreo de un pequeño orgullo atormentado. - la cabeza cubierta por un rebozo y afirmativa. - miraba hacia la cama con todas mis fuerzas, - sólo llegaba el ruido lento de las palabras, - el silencio luminoso y frío, - la vieja y el enfermero se adelgazaban contra la pared, - el conjunto inoportuno, - disponiéndose ya, sin presentirlo, para cualquier noche futura y violenta.

(Ambientación a través del léxico).

Oda a la prosa

La poesía no es lo mío.
Te lo digo con sentido,
he intentado, yo, rimar
¡Ay!, qué lío. ¡Desatino!

¡Ay!, qué dices, Clodomiro
¡Quiero prosa! Yo no rimo.
¿Por qué glosas, tu, cretino?
Me lo piden, quieren ripio.

Lo he intentado, sigo y sigo:
ese abuelo Nicolás,
que de noche, tras su sino,
mira el cielo con un niño.

¿Y, qué ha salido?
¿Prosa, ripio o... desatino?
Tu lo has dicho, yo no he sido.
Quiero prosa, ¡Estoy en vilo!

PD: es lo que ha dado de si un Taller de dos semanas sobre cuentos, poesía y canciones para niños...
27/08/08

Final de año

Jorge Luis Borges

Ni el pormenor simbólico
de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía
que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan
la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar
las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil.
Fervor de Buenos Aires, 1923

Se asustaba de su propia luz

Es el título de mi próximo escrito. No puedo adelantar mucho más porque se me ocurrió así de repente, al entrar en el garage por la noche, a oscuras, y ver girar en las paredes las luces de mi propio coche.
 
(Qué suerte tengo, he recuperado esta idea perdida y pronto la haré realidad).

Acerca de la palabra

CAMILO JOSÉ CELA, discurso al recibir el Premio Cervantes 1995

(…) Es mi voluntad de hoy, también mi deber, el hablar, por tanto, con palabra mesurada para decir que quisiera decir, porque aprendí de Aristóteles que el habla es la representación de la mente y la escritura lo es del habla, y mi mente es hoy sosegada, mi palabra aspira a ser clara y mi discurso, lo que antes fue mi escritura, pretende enseñarse diáfano y sincero; sé de sobras que, tal como pensaba Gracián que decía Fernando el Católico, es la espera fruta de grandes corazones y muy fecunda de aciertos, ya que en los hombres de pequeño corazón ni caben el tiempo ni el secreto. Quizá nuestra mejor prudencia sea la de hablar, con muy discreta razón, con la palabra de Cervantes, el hombre a quien zurró el destino y derrotó la envidia, el árbol frondoso a cuya sombra nos acogemos respetuosa y devotamente. (…)