sábado, 16 de enero de 2010

Calle San Bernardo

La calle San Bernardo desemboca en la Gran Vía. En realidad continúa un poco más, hasta Santo Domingo, pero para mi esos metros no cuentan. Aunque es agosto y la mayoría de los comercios están cerrados, esto es un hervidero de gente. La Gran Vía no descansa en todo el año. Quizás lo que se aprecia es cambio de público. Mientras en Navidades abundan los autóctonos, madrileños bolingas o provincianos despistados, ahora es un desfile de idiomas de Babel. Italianos –sobre todo--, alemanes, yankies, algún francés… con ese desparpajo en la indumentaria que aporta el anonimato del extranjero.

También están los otros, aunque casi se confunden con el paisaje: los ciudadanos del este, las señoritas de allí mismo, los negros espigados y lustrosos de tan al sur que escudriñan a los cuatro puntos cardinales la aparición de la autoridad que les quite el medio de subsistencia/supervivencia. Con sus telas en el suelo y la mercadería pirateada.

Junto a los comercios tradicionales para turistas, durante los últimos años han florecido otros, brazos de cadenas internacionales –antes llamados trush— que junto con los Mac Donnalds’ dan al conjunto un aire de no importa donde estoy, esto es como en casa.

La Gran Vía tiene una ventaja adicional para mí, es un resumen de Buenos Aires: a nivel de calle es como pasear por Corrientes, ese referente de la ciudad, con cines, librerías, pizzerías. Al subir la vista me viene a la memoria la Avenida de Mayo, tan de la época colonial, monumental, decimonónica. Las cúpulas no cambian. Los balcones tampoco, Aunque los camuflen de plástico y neón por abajo.

Ya no la siento mía a esta Gran Vía madrileña. Está guapa, sí, pero tan otra, con nuevas aceras y farolas que han cambiado su fisonomía.
17/08/2004

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