¿No depende todo de nuestra interpretación
del silencio que nos rodea?
del silencio que nos rodea?
Lawrence Durrell, Justine
“Movilidad exterior”, “emprendedores
en busca de oportunidades”, “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”,
“quien no encuentra trabajo es porque no quiere”, “los parados son unos
estafadores”, “brotes verdes”, “crecimiento negativo”. Hipérboles, eufemismos. Estamos
tan habituados a ellos que al reconocer uno nuevo sonreímos. Hemos aceptado que se
trata de una práctica inherente a la política, más o menos necesaria para
mantener alta la moral. Pero las palabras que no
pronunciamos regresan distorsionadas. Como un búmeran. Y hacen daño.
Lo que no se cuenta, lo que
se oculta o se disfraza, posiblemente para proteger a otros miembros de la
familia, regresa en forma de búmeran y cae sobre nuestros descendientes. Hoy se
sabe que los efectos de esa comunicación con “ruido” perduran durante tres
generaciones. La psicoanalista Haydée Faimberg lo ha bautizado “telescopaje de las generaciones”.
Faimberg toma el concepto teléscopage del
francés, donde es de uso cotidiano. En español se utiliza en el
campo de la tecnología y significa el momento en el que dos materiales
coinciden o se mezclan. De uno se conocen todas las propiedades, del otro no,
pero forman un todo. Aplicado a las familias, el telescopaje ocurre cuando una
relación intergeneracional padre-hijo habitual se junta con una relación
transgeneracional anómala (un secreto, una historia edulcorada, una mentira, proveniente
de la generación anterior). Esa conjunción produce unos síntomas que quien los
padece no puede explicar: pánico a los viajes sin motivo aparente, descontrol
en los gastos, incapacidad para mantener una relación de pareja, fracaso en los
estudios.
Comencemos a llamar a las cosas por su nombre, porque el silencio también es comunicación, pero
distorsionada.
“Sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria”.
José Hernández, Martín Fierro
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