Te dije que no lo hicieras más. Te advertí. Cada mañana durante los últimos meses escolares te empeñas en desmerecer mis ventanas, sacando lustre a las rejas de tu salón de por sí impolutas. De nada vale que me afirmes loca. Sabes que te he descubierto. Ya todos lo saben: mi marido, el tuyo y los chavales.
Ni una sóla vez más -te advertí-. Estaré esperando y actuaré. Solo quieres que el chofer se detenga en tu portal. Buscas que mi marido llegue a casa descontento y envidioso de tu resplandor hogareño.
Por eso, porque te dije que si lo volvías a hacer te acordarías de mi -aunque me equivoqué, pues tu avispada mente ya no retendrá nada en su interior-. Por eso estas aquí boqueando con el palo de la fregona clavado en el gaznate.
Tu limpiametales lo he cogido prestado. Hoy brillarán mis ventanas como nunca y nadie contemplará tus ojos asombrados -¡qué bien disimulas!- en el fondo del contenedor de la esquina.
09/12/2006
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