Recuerdo ese aciago día en que nos enteramos de que Chisy había dejado de existir. Por la mañana me habían despertado los estallidos de uno de los trenes. Por la ventana, el horror. Llegué al trabajo caminando entre heridos y ambulancias. A la altura de Atocha nos hicieron retroceder y dar la vuelta por el Retiro. Ya en mi puesto, como a media mañana, el teléfono, una premonición: "una mala noticia. No, no son los trenes. Es nuestra Chisy. Ayer en París. Todo ha terminado".
Ha vuelto a amanecer por estos horizontes. Hay una plaza, los niños ríen, caen y lloran, hacen carreras con las bicicletas bordeando los juegos una vez, y otra, y otra más. Pasan los trenes y dejan sólo un zumbido en los oídos. Pitol ha vuelto a dar cursos en la Casa de América y ahora le han dado el Cervantes.
Los gatos siguen procreando ahí en la esquina.
4/12/2005
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