Más tarde y ante el espejo se las fue probando de a una. En cuanto se calzaba una mala intención, nada más notarlo se la quitaba de encima sin mirarse siquiera al espejo. Pero tanto quita y pon, de noche y sin cenar y nada que se ajustara. Fue entonces cuando se descubrió, al admirar en el cuadro su imagen enfrentada y una luz brillando en los ojos. ¡La intención le sentaba de maravillas! “Vale, me la quedo. Después de todo me siento tan cómodo con ella... como si la hubiera llevado toda la vida conmigo”. Recogió las otras intenciones y las amontonó en un rincón antes de irse a dormir.
Al día siguiente se levantó y salió a la calle con más ímpetu que nunca. Antes de ir a trabajar pasó por el quiosco de los periódicos y degolló con la navaja de afeitar al vendedor, porque hacía diez años otro como él le había quitado la novia a un estudiante.
06/12/2006
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